Se jugaba mucho en la jornada. Un día trascendental para el futuro, decían. Y si las encuestas apuntaban a que el Rayo tendría pie y medio en Segunda después de la jornada, saltaron por los aires para apretar la permanencia. El Madrid de Zidane volvió a flaquear lejos del Bernabéu, sin la motivación que da su gente. Ayer penalizó la falta de frescura, de intensidad y del goleador lesionado. Sin Benzema nadie asumió la responsabilidad goleadora, como en Getafe. Retrato de toda una temporada donde tampoco hubo suerte con los arbitrajes.
A estas alturas al Real Madrid lo de los colegiados y el VAR no le va a cambiar la vida. Pero después de un fin de semana de errores groseros, el Rayo se adelantó con un penalti revisado por González Fuertes a instancias de Cordero Vega, que juzgó sin ningún género de duda que Vallejo agarraba al contrario, y no había forcejeo mutuo. Aspecto discutible, al menos. Después de ver manos que interceptan remates a puerta, empujones groseros que pueden provocar un autogol o porteros que derriban a delanteros que se van solos y ni siquiera se consulta, pues llama la atención. Marcó Embarba y al Madrid no le cambió la vida, no. A los que pelean por la permanencia, como el Valladolid, un escalofrío les recorrió la espalda.
Conste que el Rayo se ganó la ventaja por voluntad, acierto y descaro. Con sus defectos, siempre es un equipo divertido, que siempre mira al frente. Frente al Madrid mostró sus mejores galas porque es un rival despreocupado, que quiere ganar sin meterse en muchas peleas. Y menos con una alineación revolucionada.
Ceballos, Marcos Llorente y Mariano encontraron en Vallecas los minutos que no habían disfrutado desde la llegada de Zidane. Es verdad que alguno sufrió problemas físicos, pero quedó claro hace semanas que el francés no aprecia las cualidades que sí vieron en ellos otros entrenadores. Los tres partieron como titulares. Marcos trabajó en la medular, Ceballos regaló algún lujo, como un autopase en la medular (como aquel de Zidane ante Mendieta), y el delantero anotó un tanto, bien anulado por fuera de juego. También sirvió otro que Bale desperdició, aunque se habría anulado por suceder al presunto penalti de Vallejo. En un duelo abierto, llamó la atención la incomodidad de Modric en el medio. Perdió tres balones llamativos, atropellado por la presión del Rayo. Ventaja al descanso para quien más lo necesitaba.
Cambió el decorado ligeramente en el segundo acto. Carvajal y Marcelo se situaron como extremos cuando el balón era propiedad blanca, multiplicando el trabajo para Marcos Llorente, apagafuegos habitual, sacrificado por el plan del técnico. Dio para generar alguna llegada, como un remate de Bale que probó la firmeza de Alberto, pero sin imponer autoridad sobre el juego. De hecho, tuvo que aparecer con mayor exigencia Courtois, intuitivo para rechazar un tiro envenenado de Embarba, casi sin ángulo. El menudo extremo y Pozo, extraordinario en la medular, fueron los que mejor entendieron los requisitos del partido y del rival para crear problemas entre líneas.
El Madrid, sin respuesta
Sorprendió que Paco moviera el banquillo después de Zidane. El técnico rayista suele variar dibujos y esquemas, pero le gustó lo que veía. Entró Brahim por Ceballos y el Madrid pasó a jugar con tres puntas. Bale tuvo una falta y un cabezazo pero no inquietó. A falta de Benzema, y aunque Mariano es el hipotético ariete de recambio, el galés debía asumir la responsabilidad anotadora, con los resultados ya conocidos por todos.
Acabó el galés de ariete, con Isco y Lucas en el verde. Retiró Paco a Mario Suárez, vital en la destrucción del juego madridista y condicionado por una amarilla. Tuvo la virtud el Rayo de no mostrarse vulnerable. Concedió pocas opciones de remate claro, especialmente en la segunda parte, cuando el rival trató de evitar la derrota. Lo hizo con el método equivocado, abusando del balón largo cuando el rival ya no dejaba espacios a su espalda. Pero al Rayo le iba la vida en el envite, y al Madrid hace tiempo que no le interesa entrar en peleas. Y menos en las de otros. Es que para los locales era vencer o morir. En esa agonía hay equipos y barrios que sacan lo mejor de sí mismos. Vallecas nunca se rinde.