Estaba el sevillismo en la sala de espera, sudando, mirando el reloj, esperando que se abriera la puerta del paritorio. En el minuto 69 apareció el médico, se quitó la mascarilla y dio la noticia: “Ha sido gol”. El primogénito fue de Chicharito, la parejita la puso en el marcador Ocampos. Final feliz a otro parto en Nervión, otro partido que el Sevilla debió ganar antes de los asaltos finales, otra tarde golpeando la máquina que se ha quedado con la bolsa de patatas fritas colgando hasta que, con el hambre rugiendo en el estómago, por fin cayó.
Desde el pitido inicial el Sevilla se lanzó sobre el partido como si fuera una caja fuerte. Sacó el estetoscopio, cerró los ojos e intentó adivinar la combinación girando con suavidad la rueda. A un lado, paradón de Soria. Al otro, fallo en boca de gol. De nuevo a la izquierda, otra vez David Soria. Y una vueltita más a la derecha, otra ocasión perdida. El Getafe, que no acertó a evitar la salida en tromba de los de Lopetegui, esperaba. Miraba al rival en su intento por abrir la caja de caudales. Y se acariciaba el cartucho de dinamita que tenía guardado en el bolsillo.
El paso de los minutos dejó claro que la deriva del partido iba en una única dirección, un río que siempre fluía hacia el mar, hacia el área del Getafe. Pero sin acierto. Chicharito se estrelló en Soria, Nolito embarró de nuevo sus botas en un cenagal del que no supo salir y Ocampos, que lo intentaba, tampoco encontraba la luz. Hasta que salió Óliver Torres, un jugador de esos que cada vez que levantan la cabeza encienden una bombilla.
Así que Ocampos sentenció, con delicatessen previa, con una picadita ante Soria para dejarse el balón a placer. El pase de Jesús Navas que le habilitó fue otra maravilla de un jugador que hace de la banda un arte, que no deja de correr, que no para de inventar, que nunca se quita el mono de trabajo. El Sevilla se sube al tren, que ya lleva diez jornadas y overbooking de favoritos. Con fórceps, pero con derecho a soñar.
